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resuelto aún nada... Además, ¿qué tiene que ver
Glinkin en todo esto?
Stogov: (Bruscamente). Usted obsérvelo. Yo no
puedo decir más. Adiós. (Sale).
Natalia, al verlo desaparecer, siente impulsos de lla-
marlo y corre; pero se detiene en seguida, irritada,
haciendo un ademán desdeñoso. Luego se rehace,
queda perpleja unos instantes, escruta la estancia y,
atraída por la moneda, la toma de la mesa, exami-
nándola entre cabeceos y suspiros. Al fin, acometida
de escrúpulos, arroja la moneda en la mesa y escapa
victoriosa de la tentación.
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Yacoliev: (Tras unos instantes asoma a la relojería
un rostro ebrio, sarcástico y guiñador. Limpiándose
con el revés de la mano el último trago, prorrumpe
en una risilla ahogada, que lo va achicando, achi-
cando, hasta que se queda en cuclillas, ríe que ríe).
¡Je, je, je, je!... La palomita picotea el fango... Huye,
pero se deja aquí los arrullos... ¡Je, je, je, je!... (Avan-
za de puntillas, intentando reprimir el hipo alcohóli-
co, temeroso de que al oírlo acudan. Llega a la
mesa, coloca la moneda en la palma de la mano, y le
hace guiños, como a una mujer fácil). Tú y yo, ¿eh?
Nos entendemos. ¿Qué me importa que seas buena
o falsa? ¿Y qué te importa a ti que yo sea honrado o
criminal? Tú callas, y yo... punto en boca. ¿Entendi-
dos? Pues entendidos. (Arrecia el hipo y se ame-
drenta escuchándolo. Súbitamente le acomete una
gran pavor; arroja la moneda y huye, a grandes zan-
cadas, de puntillas. Cuando llega a la puerta de la
tienda, viendo que no hay nadie, se rehace). ¡Diablo!
¡Qué miedo tan heroico! Creí que venían. La palo-
ma se fue, pero ahora vendrá el palomo. ¡Chist!...
¡Chist!... Para la blancura está el fango. (Torna a reír
hasta desternillarse).
Telón
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Acto tercero
La misma estancia, una hora después. Polina sale de
su cuarto y apaga la luz de la lámpara. La luna entra
por la ventana, alumbrando la escena, excepto en la
parte superior de la escalera, que recibe luz por la
puerta entreabierta del cuarto de Natalia.
Polina: (Va hacia la tiende y se detiene), ¿Quién
anda ahí? ¿Eres tú, Claudia?
Natalia: (Sale de la tienda, envolviéndose de un
chal). Soy yo.
Polina: ¿Por qué estabas en lo oscuro?
Natalia: Miraba la calle; hay una luna que parece
de día. (Pone las manos en el hombro de Polina. Se
le cae el chal). Oye... Ese Stogov, en el fondo, ¿qué
es?
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Polina: (Suspirando). Antes era persona decente.
Pero ahora es un canalla.
Natalia: ¿Un canalla?
Polina: Ya lo estás viendo tú misma. No es que
yo le acuse. Es que todos son igual.
Natalia: ¿Es un canalla porque ya no te quiere?
Polina: ¡Que ya no me quiere! ¿Entonces, a qué
me busca? ¿Por qué ha venido aquí sino por mí?
Se miran en silencio. Polina aprieta la mano que Na-
talia tiene aún en su hombro y hace ademán como
de abrazarla, pero se separa. Sin mirarse, van juntos
a la ventana.
Natalia: ¿Mañana es domingo?
Polina: Sí. ¿Por qué?
Natalia: Por nada. Los días corren como perros
rabiosos. (Permanecen en pie junto a la ventana).
Claudia: (Mira cautelosamente desde la puerta de
su cuarto, Trae bajo el brazo un bulto de ropa, y en
la mano un maletín. Se esconde. Luego sale sin na-
da). ¿Qué estáis contemplando?
Natalia: La luna.
Claudia: Yo me voy a dormir a casa de Dunia.
Está sola. Su tía se ha marchado al campo. (Silen-
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cio). ¿Y mi amado esposo, no ha venido? ¿No lo
habéis visto?
Natalia: No.
Claudia: Eso quiere decir que está en el bar. Me
voy. Adiós. (Va a su cuarto).
Polina: Y yo también. Me voy a la cama.
Natalia: Que descanses. (La sigue con la mirada
ceñuda. Va a la tienda, se envuelve en el chal y de-
saparece).
Dunia: (Entra de la cocina, llama sigilosamente al
cuarto de Claudia, que sale al umbral, y cuchichean
ambas). Échame la ropa por la ventana, que yo se la
echará a él por la tapia.
Claudia: ¿Pero él está esperando?
Dunia: Claro que está esperando. Aligera tú.
(Toma el bulto que le da Claudia y sale, Natalia las
observa desde la tienda).
Kemskoi: (Desciende la escalera en traje de dor-
mir, con un gorro de seda negra). ¡Natalia!... ¡Glin-
kin! No hay nadie. Cuando más falta hacen, nadie.
¡Qué oscuridad! ¿Estamos por las economías? (Va a
la ventana y grita). ¡Natalia!... (Se dirige a la cocina).
Baroba: (Sale de la cocina). ¿Estás desvelado,
verdad? ¡Ah, la vejez! ¡Dichosa vejez!
Kemskoi: ¿Pero no hay nadie aquí?
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Baroba: Están todos en el jardín. Anda, que iré
contigo. Tengo que decirte una cosa. Las malas len-
guas se desatan contra mí. Y yo... (Salen).
Claudia sale de su cuarto con la ropa, pero retrocede
precipitadamente viendo que entran Yefimov y
Glinkin, ambos bebidos.
Glinkin: Ese vejete del demonio no nos ha visto.
¡Uf, qué vida! ¡Por veinticinco rubios al mes, traba-
jando doce horas al día!... ¡Qué asco!
Yefimov: (Sombrío). Todos vivimos mal... Y hay
quien, encima de ello, tiene otras preocupaciones.
(Pausa). Bien dice el refrán: "¿Cuál es el mayor do-
lor? El amor".
Glinkin: ¡El amor! El amor es un negocio. (Se
sienta a la mesa, levanta el centro de china hacia la
luz y lo vuelve a dejar en su sitio. Sonríe. Saca del
bolsillo una lente y se la pone en el ojo como un
monóculo). ¡Es extraordinario!
Yefimov: Nada de extraordinario. Todos sueñan.
Pero casi ninguno sabe lo que necesita. Los hom-
bres quieren ser mandados: -Esto se puede hacer.
-Esto no se puede hacer. -¡Ah, si yo fuese!... (Mi-
rando el reloj). ¿Dónde diablos se habrá metido
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Lusghin? Debía estar aquí ya. Oye, Glinkin, si yo
comprase esta casa (silbando), ¡al infierno los inqui-
linos! Kemskoi el primero. Como lo oyes. Yo sé,
ciertas cosas... Pero me guardo bien de decirlas...
Glinkin: No las digas. No es necesario. (Tararea).
"Nuestra vida esta llena de milagros increíbles".
Yefimov: Ya no se usa el monóculo.
Glinkin: ¿Qué dices?
Yefimov: Digo que ya no se usa el monóculo.
Glinkin: De estas cosas no sabes una palabra.
Yefimov: Pues no se usa. Además, que eso no es
un monóculo: es el cristal de un reloj de señora.
Glinkin: Eres un imbécil.
Yefimov: (Levantándose). No tanto. No tan im-
bécil como te figuras. (Va a su cuarto). ¡Claudia!
Glinkin: (Toma de la mesa la moneda de oro).
¡Encanto! ¡Gloria!
Natalia: (Acercándosele por detrás). ¡Déjala don-
de estaba!
Glinkin: (Asustado, sobresaltándose, se quita el
lente. Después, riendo, abraza a Natalia, estrechán-
dole la cintura). ¡Natalia! ¿Eres tú quien hace esto?
¿Sí? Muy bien. Pero que muy bien. Deja que te dé
un beso.
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Natalia: (Rechazándolo). Pon esa moneda en su
sitio.
Glinkin: ¿Por qué? (Se encoleriza). Tú estás
acostumbrada a hacer tus caprichos, alma mía. Pero
¿sabes que puedo hartarme?
Natalia: ¡Vete!
Glinkin: Pero, oye, ¿qué quieres decir?
Natalia: Que te vayas, idiota.
Glinkin: (Amedrentado). Pero, bueno, ¿qué es
esto? Tú la pones aquí y luego la pagas conmigo.
Además, ¿qué tiene de particular que yo...? Y sobre
todo, para que lo sepas, no estoy dispuesto a con-
sentir... Mi dignidad...
Natalia: (Separándose de él). Eres un verdadero
guiñapo.
Glinkin: (Yendo hacia ella). Tú olvidas quién eres [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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