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no engaña al lector, no lo monta a caballo sobre cualquier emoción o
cualquier intención, sino que le da algo así como una arcilla significativa,
un comienzo de modelado, con huellas de algo que quizá sea colectivo, humano
y no individual. Mejor, le da como una fachada, con puertas y ventanas detrás
de las cuales se está operando un misterio que el lector cómplice deberá
buscar (de ahí la complicidad) y quizá no encontrará (de ahí el
copadecimiento). Lo que el autor de esa novela haya logrado para sí mismo, se
repetirá (agigantándose, quizá, y eso sería maravilloso) en el lector
cómplice. En cuanto al lector-hembra, se quedará con la fachada y ya se sabe
que las hay muy bonitas, muy trompe l oeil, y que delante de ellas se pueden
seguir representando satisfactoriamente las comedias y las tragedias del
honnête homme. Con lo cual todo el mundo sale contento, y a los que protesten
que los agarre el beriberi.»
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Cuando acabo de cortarme las uñas o lavarme la cabeza, o simplemente ahora
que, mientras escribo, oigo un gorgoteo en mi estómago, me vuelve la
sensación de que mi cuerpo se ha quedado atrás de mí (no reincido en
dualismos pero distingo entre yo y mis uñas) y que el cuerpo empieza a
andarnos mal, que nos falta o nos sobra (depende).
De otro modo: nos mereceríamos ya una máquina mejor. El psicoanálisis
muestra cómo la contemplación del cuerpo crea complejos tempranos. (Y Sartre,
que en el hecho de que la mujer esté «agujereada» ve implicaciones
existenciales que comprometen toda su vida.) Duele pensar que vamos delante
de este cuerpo, pero que la delantera es ya error y rémora y probable
inutilidad, porque estas uñas, este ombligo, quiero decir otra cosa, casi
inasible: que el «alma» (mi yo-no-uñas) es el alma de un cuerpo que no
existe. El alma empujó quizá al hombre en su evolución corporal, pero está
cansada de tironear y sigue sola adelante. Apenas da dos pasos se rompe el
alma ay porque su verdadero cuerpo no existe y la deja caer plaf.
La pobre se vuelve a casa, etc., pero esto no es lo que yo En fin.
Larga charla con Traveler sobre la locura. Hablando de los sueños, nos
dimos cuenta casi al mismo tiempo que ciertas estructuras soñadas serían
formas corrientes de locura a poco que continuaran en la vigilia. Soñando nos
es dado ejercitar gratis nuestra aptitud para la locura. Sospechamos al mismo
tiempo que toda locura es un sueño que se fija. Sabiduría del pueblo: «Es un
pobre loco, un soñador...»
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Lo propio del sofista, según Aristófanes, es inventar razones nuevas.
Procuremos inventar pasiones nuevas, o reproducir las viejas con pareja
intensidad.
Analizo una vez más esta conclusión, de raíz pascaliana: la verdadera
creencia está entre la superstición y el libertinaje.
José Lezama Lima, Tratados en La Habana.
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Morelliana.
¿Por qué escribo esto? No tengo ideas claras, ni siquiera tengo ideas. Hay
jirones, impulsos, bloques, y todo busca una forma, entonces entra en juego
el ritmo y yo escribo dentro de ese ritmo, escribo por él, movido por él y no
por eso que llaman el pensamiento y que hace la prosa, literaria u otra. Hay
primero una situación confusa, que sólo puede definirse en la palabra; de esa
penumbra parto, y si lo que quiero decir (si lo que quiere decirse) tiene
suficiente fuerza, inmediatamente se inicia el swing, un balanceo rítmico que
me saca a la superficie, lo ilumina todo, conjuga esa materia confusa y el
que la padece en una tercera instancia clara y como fatal: la frase, el
párrafo, la página, el capítulo, el libro. Ese balanceo, ese swing en el que
se va informando la materia confusa, es para mí la única certidumbre de su
necesidad, porque apenas cesa comprendo que no tengo ya nada que decir. Y
también es la única recompensa de mi trabajo: sentir que lo que he escrito es
como un lomo de gato bajo la caricia, con chispas y un arquearse cadencioso.
Así por la escritura bajo al volcán, me acerco a las Madres, me conecto con
el Centro sea lo que sea. Escribir es dibujar mi mandala y a la vez
recorrerlo, inventar la purificación purificándose; tarea de pobre shamán
blanco con calzoncillos de nylon.
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La invención del alma por el hombre se insinúa cada vez que surge el
sentimiento del cuerpo como parásito, como gusano adherido al yo. Basta
sentirse vivir (y no solamente vivir como aceptación, como cosa-que-está-
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