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quédate conmigo! ¡Los demás, salid! Excepto tú, Maggie.
Me marché con ganas de decir algo. Hubiera deseado decirle a Maggie que podía
hacer una esterilla con mi pellejo con sólo levantar un dedo.
La cena de aquella noche fue toda una prueba. Después de que el capellán canturreara
sus bendiciones, traté de comer y unirme a la conversación general, pero parecía tener un
anillo duro en mi garganta que me impedía tragar. Sentado cerca de mí estaba
Graciadediós Bearpaw, medio escocés, medio cherokee. Era un compañero de clase,
pero no un amigo; hablábamos muy pocas veces, y esta noche estaba tan taciturno como
siempre.
Durante la comida apoyó su bota contra la mía; la retiré impacientemente. Pero poco
después su bota estaba de nuevo tocando la mía, y empezó a golpear contra ella:
-...estate quieto, idiota... - deletreé -. Ha sido decidido... será en tu guardia de esta
noche... los detalles más tarde... come y habla... lleva una tira de cinta adhesiva a la
guardia contigo... de quince por treinta centímetros... confirma el mensaje.
De algún modo conseguí confirmarle de vuelta el mensaje, mientras aparentaba seguir
comiendo.
4
Relevamos la guardia a medianoche. Tan pronto como la sección de guardia se hubo
marchado de nuestro puesto le dije a Zeb lo que Graciadediós me había transmitido
durante la cena, y le pregunté si sabía el resto de mis instrucciones. No lo sabía. Yo
deseaba hablar, pero él me cortó en seco; parecía incluso más nervioso que yo.
Así que anduve hasta mi puesto e intenté permanecer alerta. Aquella noche estábamos
apostados en el extremo norte del parapeto oeste; nuestra torre cubría una de las
entradas del Palacio. Había pasado aproximadamente una hora cuando oí un siseo
procedente de una oscura entrada. Me acerqué cautelosamente y vi una forma femenina.
Era demasiado baja para ser Magdalene y nunca llegué a saber quién era, porque deslizó
un trozo de papel en mi mano y desapareció en el oscuro corredor.
Me reuní con Zeb.
- ¿Qué debo hacer? ¿Leerlo con mi linterna? Parece arriesgado.
- Ábrelo.
Lo hice, y descubrí que estaba cubierto con una fina escritura que brillaba en la
oscuridad. Podía leerlo, pero su luminosidad era demasiado débil como para ser captada
por ningún ojo electrónico. Decía:
A la mitad de la guardia, exactamente, cuando suene la primera campanada, entrarás
en Palacio por la puerta donde recibiste esto. Una vez hayas andado cuarenta pasos,
toma la escalera a tu izquierda; sube dos pisos. Avanza cincuenta pasos hacia el norte.
La puerta iluminada de tu derecha conduce a los aposentos de ¡as Vírgenes; habrá un
guardia en ella. No se te resistirá, pero deberás usar una bomba paralizante para
proporcionarle una coartada. La celda que buscas es ¡a del extremo más alejado del
corredor central que va de este a oeste. Habrá una luz sobre la puerta y una Virgen de
guardia. No es una de las nuestras. Debes dejarla completamente fuera de combate, pero
tienes prohibido matarla o hacerle algún daño. Utiliza la cinta adhesiva para amordazarla
y taparle los ojos, y átala con sus propias ropas. Toma sus ¡laves, entra en la celda, y
toma a la Hermana Judith. Probablemente estará inconsciente. Llévala hasta tu puesto y
entrégasela al celador de tu guardia.
Debes actuar rápidamente desde el momento en que paralices al guardia, puesto que
es probable que algún otro te vea cuando atravieses la puerta iluminada y dé
inmediatamente la alarma.
No te tragues esta nota; la tinta es venenosa. Échala en el pozo de incineración que
hay al principio de las escaleras.
Ve con Dios.
Zeb la leyó por encima de mi hombro.
- Todo lo que necesitas - dijo ceñudo - es la habilidad de hacer milagros. ¿Asustado?
- Sí.
- ¿Quieres que te acompañe?
- No. Creo que es mejor que cumplamos las órdenes tal como nos las han dado.
- Sí, es mejor... si es que conozco como creo al Maestro de la logia. Además, puede
suceder que me vea obligado a matar a alguien mientras tú abandonas la guardia. Te
cubriré la retirada.
- Supongo que sí.
- Ahora callemos y cumplamos con nuestro deber. - Volvimos a pasear por nuestros
puestos.
Cuando sonaron las dos campanadas de la mitad de la guardia, apoyé mi lanza contra
la pared, y me quité la espada y la cota y el casco y el resto de la chatarra ceremonial que
podían molestarme para el trabajo. Zeb extendió su mano cubierta por el guantelete y se
la estreché. Luego me lancé.
Dos... cuatro... seis... cuarenta pasos. Tanteé la oscuridad de la pared de mi izquierda y
encontré la abertura, palpé con el pie. ¡Ah, ahí estaban los escalones! Estaba en una
parte del Palacio donde nunca antes había ido; avancé en la oscuridad, contando
silenciosamente y deseando que la persona que había escrito mis órdenes supiera lo que
se hacía. Un piso, dos pisos... estuve a unto de caer de bruces cuando di el paso hacia el
«último» escalón inexistente.
¿Dónde estaba el pozo de incineración? Debía hallarse al nivel de la mano, y las
instrucciones decían «al principio de las escaleras». Estaba debatiéndome frenéticamente
entre encender la linterna o correr el riesgo de guardar el papel cuando mi mano izquierda
tocó su pasador; con un suspiro de alivio, eché la evidencia que podía incriminar a [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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