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una serpiente podían morir. Pero esto forma parte de la vida de las
ovejas y de los pastores.
El Mercader atendió a un cliente que deseaba tres jarras de cristal.
Estaba vendiendo mejor que nunca, como si hubieran vuelto los
buenos tiempos en que aquella calle era una de las principales
atracciones de Tánger.
-Ya hay mucho movimiento -dijo al muchacho cuando el cliente
se fue-. El dinero permite que yo viva mejor y a ti te devolverá las
ovejas en poco tiempo. ¿Para qué exigir más de la vida?
-Porque tenemos que seguir las señales -respondió el muchacho,
casi sin querer; y se arrepintió de lo que había dicho, porque el
Mercader nunca se había encontrado con un rey.
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«Se llama Principio Favorable, la suerte del principiante. Porque la
vida quiere que tú vivas tu Leyenda Personal», había dicho el viejo.
El Mercader, no obstante, entendía lo que el chico decía. Su simple
presencia en la tienda era ya una señal y con todo el dinero que
entraba diariamente en la caja él no podía estar arrepentido de haber
contratado al español. Aunque el chico estuviera ganando más de lo
que debía, porque como él había pensado que las ventas ya no
aumentarían jamás, le había ofrecido una comisión alta, y su intuición
le decía que en breve el chico estaría junto a sus ovejas.
-¿Por qué querías ir a las Pirámides? -preguntó para cambiar el tema
de la estantería.
-Porque siempre me han hablado de ellas -dijo el chico sin
mencionar su sueño. Ahora el tesoro era un recuerdo siempre
doloroso y él trataba en la medida de lo posible de evitarlo.
-Yo aquí no conozco a nadie que quiera atravesar el desierto sólo
para ver las Pirámides -replicó el Mercader-. No son más que una
montaña de piedras. Tú puedes construirte una en tu huerto.
-Usted nunca soñó con viajar -dijo el muchacho mientras iba a
atender a un nuevo cliente que entraba en la tienda.
Dos días después el viejo buscó al chico para hablar de la estantería.
-No me gustan los cambios -le dijo-. Ni tú ni yo somos como
Hassan, el rico comerciante. Si él se equivoca en una compra, no le
afecta demasiado. Pero nosotros dos tenemos que convivir siempre
con nuestros errores.
«Es verdad», pensó el chico.
-¿Por qué quieres hacer la estantería? -preguntó el Mercader.
-Quiero volver lo más pronto posible con mis ovejas. Tenemos que
aprovechar cuando la suerte está de nuestro lado, y hacer todo lo
posible por ayudarla, de la misma manera que ella nos está ayudando.
Se llama Principio Favorable, o «suerte del principiante».
El viejo permaneció algún tiempo callado. Después dijo:
-El Profeta nos dio el Corán y nos dejó únicamente cinco obliga-
ciones que tenemos que cumplir en nuestra existencia. La más
importante es la siguiente: sólo existe un Dios. Las otras son: rezar
cinco veces al día, ayunar en el mes del Ramadán, hacer caridad con
los pobres...
Se interrumpió. Sus ojos se llenaron de lágrimas al hablar del
Profeta. Era un hombre fervoroso y, a pesar de su carácter impaciente,
procuraba vivir su vida de acuerdo con la ley musulmana.
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-¿Y cuál es la quinta obligación? -quiso saber el muchacho.
-Hace dos días me dijiste que yo nunca sentí deseos de viajar
-repuso el Mercader-. La quinta obligación de todo musulmán es hacer
un viaje. Debemos ir, por lo menos una vez en la vida, a la ciudad
sagrada de La Meca.
»La Meca está mucho más lejos que las Pirámides. Cuando era
joven, preferí juntar el poco dinero que tenía para poner en marcha
esta tienda. Pensaba ser rico algún día para ir a La Meca. Empecé a
ganar dinero, pero no podía dejar a nadie cuidando los cristales porque
son piezas muy delicadas. A1 mismo tiempo, veía pasar frente a mi
tienda a muchas personas que se dirigían hacia allí. Algunos peregrinos
eran ricos, e iban con un séquito de criados y camellos, pero la mayor
parte de las personas eran mucho más pobres que yo.
»Todos iban y volvían contentos, y colocaban en la puerta de sus
casas los símbolos de la peregrinación. Uno de los que regresaron, un
zapatero que vivía de remendar botas ajenas, me dijo que había
caminado casi un año por el desierto, pero que se cansaba mucho más
cuando tenía que caminar algunas manzanas en Tánger para comprar
cuero.
-¿Por qué no va a La Meca ahora? -inquirió el muchacho.
-Porque La Meca es lo que me mantiene vivo. Es lo que me hace
soportar todos estos días iguales, esos jarrones silenciosos en los
estantes, la comida y la cena en aquel restaurante horrible. Tengo
miedo de realizar mi sueño y después no tener más motivos para
continuar vivo.
»Tú sueñas con ovejas y con Pirámides. Eres diferente de mí,
porque deseas realizar tus sueños. Yo sólo quiero soñar con La Meca.
Ya imaginé miles de veces la travesía del desierto, mi llegada a la plaza
donde está la Piedra Sagrada, las siete vueltas que debo dar en torno a
ella antes de tocarla. Ya imaginé qué personas estarán a mi lado, frente
a mí, y las conversaciones y oraciones que compartiremos juntos. Pero [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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