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entraba en la imagen se desvaneciera a tal velocidad aparente que sus ojos no podían seguirla.
Varías veces le pareció detectar sombras huidizas que podían ser humanas, pero nunca fue capaz
de encontrarlas cuando dejó quieto el control temporal.
Bastante exasperado, se preguntó por qué razón el constructor de ese artefacto doblemente
maldito no había logrado incorporarle alguna escala graduada y algún tipo de mecanismo más
delicado para el control, un dial o algo parecido. No fue hasta haber pasado mucho tiempo que se
le ocurrió la idea de que quizá el creador de la Puerta no tuviera necesidad de ayudas tan groseras
para sus sentidos. Se habría rendido y, en realidad, estaba a punto de hacerlo cuando, por puro
accidente, su última e infructuosa sesión de espionaje acabó con una figura en el campo de la
imagen.
Era él mismo, llevando dos maletas. Se vio entrar en el campo de la imagen, aumentar de
tamaño y desaparecer. Miró por encima de la pared, esperando verse salir de la Puerta.
Pero de la Puerta no salió nada. Eso le dejó confundido hasta recordar que era el ajuste en
ese extremo, diez años en el futuro. el que controlaba el momento de la aparición. Pero ya tenía
lo que deseaba: se dedicó a esperar. Casi inmediatamente después Diktor y otra versión de él
mismo aparecieron en escena. Recordó la situación al verla representada en la imagen de la
máquina. Era Bob Wilson número tres, a punto de discutir con Diktor y escapar de regreso al
siglo veinte.
Eso era todo: Diktor no le había visto, no sabía que había utilizado la Puerta sin autorización
y, no sabiendo que se ocultaba diez años en el «pasado», no le buscaría allí. Volvió los controles
a cero y se olvidó del asunto.
Pero había otros problemas que requerían su atención..., especialmente la comida.
Pensándolo bien le parecía obvio que debía haber traído comida para subsistir, como mínimo,
uno o dos días. Y quizá también una pistola del 45. Tuvo que admitir su falta de previsión. Pero
no le costó mucho perdonarse: resultaba bastante difícil ser previsor cuando el futuro no paraba
de aparecer a espaldas de uno.
 De acuerdo, Bob, viejo amigo  se dijo en voz alta , vamos a ver si los nativos son
amistosos..., como decía la publicidad.
Un cauteloso reconocimiento de la pequeña porción del Palacio, con la cual estaba
familiarizado, no dio con seres humanos ni con vida de ningún tipo, ni siquiera insectos. El lugar
estaba muerto y estéril, tan inmóvil y falto de vida como un escaparate vacío. Se le ocurrió dar
un grito para oír una voz. Los ecos le hicieron estremecerse y no volvió a repetirlo.
La arquitectura de aquel sitio le confundía. No sólo resultaba extraña a su experiencia  eso
ya lo había esperado , sino que el lugar, con pequeñas excepciones, no parecía en lo más mínimo
adaptado a que lo utilizaran seres humanos. Grandes salones que habrían podido contener a diez
mil personas a la vez..., si hubieran tenido suelo sobre el que sostenerse. Pues era muy frecuente
que no hubiera suelos en el sentido habitual y aceptado de una superficie llana o razonablemente
parecida a eso. Siguiendo un pasillo se encontró repentinamente con una de las grandes y
misteriosas aberturas que había en el edificio, y estuvo a punto de caer dentro antes de
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comprender que su camino había terminado. Se arrastró precavidamente hacia adelante y miró
por el borde. La boca del pasillo desembocaba en uno de los muros y, la parte de abajo de dicho
muro había sido tallada del tal forma que no había ni tan siquiera una superficie vertical para que
el ojo pudiera seguirla. Mucho más abajo el muro volvía a curvarse y se reunía con su
compañero del otro lado..., no decentemente, en un ángulo horizontal, sino en ángulo agudo.
Había otros orificios dispersos por las paredes. orificios tan inservibles para los seres
humanos como aquel a cuyo final se había agazapado.
 Los Grandes  murmuró Wilson.
Todo su atrevimiento anterior le había abandonado. Siguió sus pasos marcados en la fina
capa de polvo y llegó a la casi amistosa familiaridad del Salón de la Puerta.
En su segunda intentona probó sólo con los pasillos y estancias que aparecían obviamente
adaptados para los humanos. Ya había decidido qué debían ser esas partes del Palacio: las
viviendas de la servidumbre, o, con mayor probabilidad, de los esclavos. Recobró su coraje no
apartándose de tales zonas. Aunque estaban totalmente abandonadas, por contraste con el resto
de la gran edificación una estancia o un pasillo que parecían haber sido construidos para seres
humanos le resultaban amistosos y casi alegres. Todavía le molestaba un poco el silencio
perpetuo y la luz que parecía estar en todos sitios y no venir de ningún lugar concreto, pero no le
producían tanta inquietud como la causada por las gargantuescas y extrañamente dispuestas
habitaciones de los «Grandes».
Ya casi desesperaba de hallar la salida del Palacio y estaba pensando en volver sobre sus
pasos cuando el pasillo por el que estaba andando giró de pronto y se encontró bajo la luz del sol.
Estaba en lo alto de una gran rampa, bastante empinada, que se extendía en forma de
abanico hasta la base del edificio. Por delante y por debajo de él se hallaba el pavimento de la
rampa y, como mínimo a medio kilómetro de distancia, éste se mezclaba con el verdor de los
arbustos, de la vegetación y de los árboles. Era la misma escena, apacible, fértil y ya familiar,
que había contemplado mientras desayunaba con Diktor, apenas unas horas antes y a diez años
en el futuro.
Se quedó inmóvil durante unos minutos, bebiendo la luz solar, dejándose empapar por la
exaltante belleza de ese cálido día primaveral.
 Todo va a ir bien  dijo con voz alegre . Este lugar es magnífico. Bajó lentamente por la
rampa, buscando continuamente seres humanos con la mirada. Se encontraba a medio camino
cuando vio una pequeña silueta que salía de entre los árboles en un claro casi al pie de la rampa.
Alegre y excitado, la llamó a gritos. El niño  si era eso lo que había visto , alzó los ojos y le
miró durante un segundo, huyendo después nuevamente a cobijarse entre los árboles.
«Eres un impetuoso, Robert, eso es lo que eres...  se riñó a si mismo . No les asustes,
tómatelo con calma.» Pero el incidente no le desanimó. Donde había niños habría también
padres, sociedad, oportunidades para un tipo joven y brillante con una visión amplia de las cosas.
Siguió bajando por la rampa, con paso tranquilo.
Un hombre apareció de pronto allí donde había desaparecido el niño. Wilson se quedó
quieto. El hombre le miró y, con expresión vacilante, dio un par de pasos hacia él.
 ¡Ven!  le invitó Wilson con su tono más amistoso . No te haré daño.
Resultaba bastante difícil que comprendiera sus palabras pero el hombre avanzó lentamente
hacia él. Se detuvo allí donde empezaba la rampa, le miró con cautela y se quedó inmóvil.
Algo en su forma de comportarse hizo funcionar los engranajes del cerebro de Wilson: todo
eso encajaba con lo que había visto en el Palacio y con lo poco que Diktor le había explicado. «A
no ser que haya estado perdiendo el tiempo durante todas mis clases de antropología  se dijo ,
este Palacio es tabú, la rampa sobre la que me encuentro es tabú y, por contagio, yo soy tabú.
¡Juega tus cartas, hijo, juega tus cartas!»
Avanzó hasta el final de la rampa, teniendo mucho cuidado de no salir de] pavimento. El
hombre se dejó caer de rodillas y formó una copa con sus manos extendidas hacia él, la cabeza
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inclinada. Sin vacilar, Wilson le tocó en la frente. El hombre se puso en pie con el rostro
radiante. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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